Moe nos ofrece en este texto (de 2003) una visión temible de la santidad....
La desesperanza de la Diosa roca por Mauro Rivera
La roca se levantó con esperanza hacia el cielo, intentando encontrar el Fundamento. Primero ambicionó erguirse; congregó la tierra en derredor y creció majestuosamente, pero no encontró algo más allá del viento.
Mientras contemplaba las estrellas descubrió una manera para trascender al aire: la visión del horizonte. Cada noche dirigía su mirada más alto, bosquejando en el firmamento un infinito potencial.
Cuando ella buscaba el Principio, sin percatarse, las tormentas provocaron el desarrollo de musgos y árboles que formaron un bosque a sus faldas; el agua se filtraba entre su cuerpo desembocando en un esplendoroso manantial. Se convirtió a su vez en fundamento.
Una población se estableció en sus pies. Los habitantes encontraron en ella agua y comida, sin embargo algunas generaciones murieron antes de solventar por completo la miseria. Después de comer y beber todos de ella, clamaron agradecimiento, pero no sabían a quién dirigirse.
El pueblo se levantó con esperanza hacia el cielo intentando encontrar el Fundamento y allí estaba la roca. En ella encontraron a Dios. Bendijeron sus aguas, se arrodillaron ante Él, Lo tocaron sintiendo redención y los creyentes se retiraban felices, reconfortados.
La roca sintió un ligero hormigueo y tras interrumpir su misión, bajó la mirada. Vislumbró la adoración de los vivientes y pensó la posibilidad de dirigir la mirada a sí misma. Así, durante siglos permaneció elevada al cielo, con sus grietas firmes, posada verticalmente y creyendo a veces ser ella el Dios que perseguía.
Un hombre ascendió hasta donde la roca pudiera escucharle y ella le contó sobre lo visto en la plenitud del firmamento. Escribió dos tablas que recitaban en un instante la constitución del universo y se las entregó para que su pueblo viviera feliz.
Surgieron los sacerdotes que instituyeron la Palabra en la Ecclesia. A través de ella, el pueblo extendió su religión al mundo: las plegarias se cantaron en todos los idiomas y dialectos; también se escribieron profecías sobre la encarnación humana de la roca.
La cartografía no pretendió ser una herejía cuando descubrió que su pueblo estaba posado sobre un mar inmenso de rocas enardecidas. La teoría promulgaba que la tierra era rastro de ese fuego enfriado por obra del viento. El pueblo y la roca navegaban entonces a la deriva de este mar caótico de rocas hirvientes, a las cuales los piadosos llamaron “antidioses”.
Los eruditos llamaron a esta creencia “la herejía de la lava”. Quien profesó esta injuria fue sacrificado para así extinguir su sacrilegio volviendo a ser tierra, como la roca, y regresar a Su Señor.
La roca no comprendía las torturas y asesinatos de la Ecclesia en su nombre. Con esto comprobó que no era Dios, pues recordó las palabras del Sol en la luz: “por el dador de la vida no se llega a la muerte”.
Comprendió que sus creyentes también eran caminantes de la misma búsqueda. Cuando ella dirigió su mirada al cielo transformó al paisaje y a los hombres mientras pretendía al firmamento. Cuando el pueblo desesperanzado dirigió su mirada al cielo, encontró a la roca.
Se sintió crucificada y se sentó a llorar. Sus lágrimas se filtraron entre su cuerpo recordándole cuánto daño causó con su ilusión. Asimiló que no estaba sola cuando indagaba por Dios y se estremeció al pensar que no hubiese Algo por encontrar.
Repetía incesablemente en su alma: “Quizá cualquier trozo de madera, cualquier piedra y hombre pueda ser un fundamento. Sin embargo él sabría que no es el Señor y lo sabría tanto al grado de no poder decírnoslo...”
Sumió su fe a la tierra y abrazó al pueblo nacido ante su pedestal. Vio en ellos su misma joven ilusión de antaño. Podía destruir el manantial que les daba de beber en otoño para demostrar la ausencia de divinidad en ella, pero buscarían en otro lado alguien que tal vez los lastimaría. Ella estaba muy agradecida con ellos y llegó a amarlos. Aquella vez les cantó durante una noche, todos los pueblos la escucharon.
Al amanecer se convirtió en el Dios verdadero, pues en la tiniebla más obscura Él se hizo a la vez canto y roca para alumbrar a vivos y muertos hacia un reino eterno. El mundo entero tenía ahora una esperanza; sólo había una roca que no. Ella era Dios.