Another Brick in the Wall
En la primaria donde estudié a la directora se le ocurrió hacer un programa para mejorar la ortografía de los alumnos. Consistía en lo siguiente:
a) los alumnos comprarían un cuaderno tipo italiano que rotularían como "diario"
b) en él escribirían diez renglones diarios con lo que quisieran, lo que hicieron en el día, o sus intereses (yo hablé largamente de videojuegos).
c) los padres corregirían los errores de ortografía y los alumnos tendrían que repetir cada error corregido tres veces
d) a fin de mes los alumnos debían de entregar el cuaderno y un ejército de maestras (a veces le tocaba a uno entre ellas a la directora) revisaría que las correcciones de los padres estuvieran bien hechas (normalmente faltaban correciones) y agregarían las necesarias, las cuales para el siguiente mes el alumno tendría que haber agregado
Pues bien, el asunto típico de alumnos-contra-el-sistema surgía. La cosa era como librarse de aquella maldición. Lo primero por supuesto era hacer la letra grande, ser repetitivo, poner cualquier estupidez. Pero evidentemente uno no se sentaba diario a escribir en el cuadernito, sino que uno lo hacía un día antes de la entrega, por lo que las ideas se agotaban muy rápido.
Fue así como uno de esos días locos de entrega, en sexto de primaria, se me ocurrió copiar algo de un libro que estaba leyendo. Era Drácula de Brahm Stocker. Antes de llegar a lo bueno, a las mordidas en el cuello y a las mujeres bellas y lánguidas que es necesario degollar porque de todas maneras ya están muertas, Jonathan Starker describe con detalle su viaje hacia Transilvania. Yo no era tan estúpido como para copiar pasajes inmediatamente reconocibles, así que aproveché el principio del libro y puse como título "Viaje imaginario". Después escribí algo como "A continuación relataré un viaje imaginario". Pues bien, comencé sin cambiar una palabra la descripción en primera persona de Starker, su paso por Munich y su llegada a Bucarest, el pollo con pimentón cuya receta le parece imperativo pedir aunque le provoca sudores por la noche, sus arreglos para viajar en carruaje. La prudencia me indicó detenerme antes de llegar a Transilvania, pero por suerte salieron páginas y páginas gracias a ese truco.
Hace un par de años me encontré ese cuaderno y traía un recado de la directora misma: "Miguel, me encantó tu viaje imaginario. Ojalá sigas cultivando la apasionante actividad de escribir". Algo así. Creo que años después se encontró a mi madre y se seguía acordando de lo bien que escribí aquel viaje hacia el corazón de Europa Oriental.
Releí algunos pasajes de mi vergonzoso plagio a Brahm Stocker y pues, fue grato que me creyeran capaz de hacer eso, quizá ayudado porque alguna vez gané uno de esos concursos de cuento en la escuela, pero me pareció estúpido que si realmente pensaran que un alumno de sexto escribió eso no se volvieran locos. Es decir, eso me haría una especie de genio o algo así (en vez de un vulgar pícaro). Creo que tendrían que haber hecho algo más, algo así como sacarme rápidamente un programa para viajar en calidad de invitado de honor a Ethon College o ponerme a tomar clases de latín o meterme a esos talleres que daba García Márquez en el Pedregal, o de perdida darme una pinche beca en su escuela.
Creo que eso es parte de lo que está mal con nuestro sistema educativo, que cosas así les pasen de largo. Que no soy un genio literario pero que bien podría haberlo sido y que eso hubiera pasado desapercibido (y cuántas veces no habrá sucedido con otros niños) como cuando Maggie toca el cascanueces en su pianito y Homero la calla porque está viendo Miss Universo. Tanta ineptitud me hace sentir justificado -y hasta orgulloso- por aquel plagio.
a) los alumnos comprarían un cuaderno tipo italiano que rotularían como "diario"
b) en él escribirían diez renglones diarios con lo que quisieran, lo que hicieron en el día, o sus intereses (yo hablé largamente de videojuegos).
c) los padres corregirían los errores de ortografía y los alumnos tendrían que repetir cada error corregido tres veces
d) a fin de mes los alumnos debían de entregar el cuaderno y un ejército de maestras (a veces le tocaba a uno entre ellas a la directora) revisaría que las correcciones de los padres estuvieran bien hechas (normalmente faltaban correciones) y agregarían las necesarias, las cuales para el siguiente mes el alumno tendría que haber agregado
Pues bien, el asunto típico de alumnos-contra-el-sistema surgía. La cosa era como librarse de aquella maldición. Lo primero por supuesto era hacer la letra grande, ser repetitivo, poner cualquier estupidez. Pero evidentemente uno no se sentaba diario a escribir en el cuadernito, sino que uno lo hacía un día antes de la entrega, por lo que las ideas se agotaban muy rápido.
Fue así como uno de esos días locos de entrega, en sexto de primaria, se me ocurrió copiar algo de un libro que estaba leyendo. Era Drácula de Brahm Stocker. Antes de llegar a lo bueno, a las mordidas en el cuello y a las mujeres bellas y lánguidas que es necesario degollar porque de todas maneras ya están muertas, Jonathan Starker describe con detalle su viaje hacia Transilvania. Yo no era tan estúpido como para copiar pasajes inmediatamente reconocibles, así que aproveché el principio del libro y puse como título "Viaje imaginario". Después escribí algo como "A continuación relataré un viaje imaginario". Pues bien, comencé sin cambiar una palabra la descripción en primera persona de Starker, su paso por Munich y su llegada a Bucarest, el pollo con pimentón cuya receta le parece imperativo pedir aunque le provoca sudores por la noche, sus arreglos para viajar en carruaje. La prudencia me indicó detenerme antes de llegar a Transilvania, pero por suerte salieron páginas y páginas gracias a ese truco.
Hace un par de años me encontré ese cuaderno y traía un recado de la directora misma: "Miguel, me encantó tu viaje imaginario. Ojalá sigas cultivando la apasionante actividad de escribir". Algo así. Creo que años después se encontró a mi madre y se seguía acordando de lo bien que escribí aquel viaje hacia el corazón de Europa Oriental.
Releí algunos pasajes de mi vergonzoso plagio a Brahm Stocker y pues, fue grato que me creyeran capaz de hacer eso, quizá ayudado porque alguna vez gané uno de esos concursos de cuento en la escuela, pero me pareció estúpido que si realmente pensaran que un alumno de sexto escribió eso no se volvieran locos. Es decir, eso me haría una especie de genio o algo así (en vez de un vulgar pícaro). Creo que tendrían que haber hecho algo más, algo así como sacarme rápidamente un programa para viajar en calidad de invitado de honor a Ethon College o ponerme a tomar clases de latín o meterme a esos talleres que daba García Márquez en el Pedregal, o de perdida darme una pinche beca en su escuela.
Creo que eso es parte de lo que está mal con nuestro sistema educativo, que cosas así les pasen de largo. Que no soy un genio literario pero que bien podría haberlo sido y que eso hubiera pasado desapercibido (y cuántas veces no habrá sucedido con otros niños) como cuando Maggie toca el cascanueces en su pianito y Homero la calla porque está viendo Miss Universo. Tanta ineptitud me hace sentir justificado -y hasta orgulloso- por aquel plagio.
6 Comments:
Muchas y grandes personas se han abierto brecha a través de plagios y hurtos. Llegar a la fama literaria a través de varios de ellos no es sino laudable.
Nos vemos el martes
creo que para entrar a Eton College es requisito saber escribir bien el nombre, pero then again no estoy seguro
Weeeeeeeey!!!!! Increíble! Muchos saludos y espero poder comentar esto con usted en vivo.
Miguel Tormentas es Jorge Masta y él sólo se corrije.
who cares?
antes de que sigan especulando les adelanto que no tengo un blog, ni siquiera una cuenta
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